Una obra de diversión no es sinónimo de facilidad: Todo lo contrario
No cabe duda de que la interpretación de una obra tiene a menudo un carácter pretencioso y arriesgado. Pero no podemos negar la evidencia de que tenemos aquí un “tour de force” magistral; parece que Marco Montiel-Soto nos sugiere más valores y preguntas que nunca y no nos queda otra alternativa que dejarnos llevar. Tenemos que darle la vuelta a la obra como unos dan la vuelta al mundo. ¿O dar la vuelta a la obra como sinopsis del mundo?
No es la primera vez que Marco Montiel-Soto trabaja sobre la temática del Mundo inflable desinflado. En el año 2009, lo presentó como una escultura sonora “Eine Verschnaufpause” (Pausa para respirar) en la Haus Der Kulturen der Welt (Casa de las Culturas del Mundo), en Berlin, Alemania. Aplastado y colocado sobre una columna. Como una alegoría irónica contemporánea del dios Atlas que fue condenado a llevar el peso de los cielos sobre sus hombros. Aquí no era una representación del dios simbolizando la fuerza o la resistencia estoica, sino otra potencia visual. La escultura estaba acompañada con el sonido de la respiración del artista. Así, todo el proceso del inflamiento del globo (sin ningún mal juego de palabras), su desinflamiento llegando a su achatamiento, hasta su agotamiento por falta de respiro nos sugiere una metáfora de un mundo en proceso de asfixia. Esta serie de fotografías sirve para sacar del contexto y el fondo blanco acentúa más aún la idea.
A primera vista reconocemos este balón inflable, no es una pelota cualquiera ¡Es nuestro planeta tierra! Crear una obra con un juego de niños es un acto atrevido. El artista juega con el globo-mundo para hacernos pensar sobre el mundo-globo. Así nos distorsiona nuestra primera toma de conciencia con la geografía. Este mundo arrugado sufrió una transformación violenta, una destrucción destinada a una reconstrucción en lo imaginario, a una interpretación nueva. El mundo es un balón, pelota, globo… Esta terminología relacionada con la esfera, el círculo, lo redondo, la burbuja… siempre está vinculada al concepto de protección, ternura, serenidad… en definitiva, con el útero por excelencia. En historia del arte o en arquitectura, lo redondo es material de utopías que van de sencillas a extravagantes.
Alrededor de 1503, Jerome Bosch pintaba su Jardín de las delicias; gracias a la distribución del cuadro, el artista invita al voyeurismo. Dentro de estas formas orgánicas, vemos a parejas de personas acariciándose. Entramos en lo íntimo gracias a lo redondo. Los gobernantes Europeos (desde los Duques de Borgoña hasta Louis XIV, por ejemplo, en Francia) encargaban sus retratos en forma de óvalo, no sólo por una cuestión estética sino más bien para inspirar confianza, como estrategia política. Es un eterno retorno al comienzo de la vida, como lo atestiguan las esculturas de Venus creadas a lo largo de la historia humana. Es la esencia de la vida como Pacha mama, la madre tierra.
Por lo que se refiere a la arquitectura, dependiendo de las zonas geográficas, la forma circular primaria es una estructura tradicional de convivencia, en consecuencia de lo cual el pueblo se desarrolla alrededor del lugar de culto. La recurrencia del plano circular en los pensamientos de ciudades utópicas, como en la estructura misma de edificios claves dentro de estas ciudades pensadas, es emblemática de una búsqueda constante de armonía (T.More, T.Campanella, E.Boulle, C.Nicolas-Ledoux, S.Aurobindo…).
No sólo el tratamiento mismo de la obra – torturada por las manos del artista – nos relaciona violentamente con nuestra posición frente al mundo, sino también por su apariencia final. Se nos desvela aquí una obra con una obscenidad desconcertante. Su “postura” nos impide mirarla, contemplarla, compararla con la imagen subconsciente del globo-mundo que conocemos. Descubrimos una cara totalmente diferente a la idealizada. Penetramos dentro de esta ilusión visual o más bien dentro de la visión del artista.
Al mundo, Marco Montiel-Soto, lo deja sin aire. Lo deja sin respiración para darnos otro respiro. Espachurrado, aplastado, es como si fuera un mundo de formas cambiantes sin control de las fronteras. No se distingue ningún trazado. Apenas reconocemos los puntos cardinales. Son algunas de las dificultades e interés mismo de la propuesta. Sólo podemos relacionarlos con nuestra sabiduría previa para tomar conciencia de ellos ¡Es un verdadero caos ordenado! Hay orden en el sentido de que cada fotografía tiene un enfoque sobre un continente específico. Pero la evidencia de las fronteras históricas y naturales están aquí refutadas. Se nos plantea claramente la problemática de las fronteras. Entendemos que la obra se establece en la negación de marcar estos límites de soberanía y de jurisdicción territorial de que cada Estado dispone. Al mismo tiempo, podemos notar otra intención. Una frontera consiste en el balance entre las presiones y las fuerzas que existen entre dos pueblos. El artista invierte la idea, propone otra solución, un presagio. Ejerciendo una fuerza de movilización sobre el balón inflable, está creando un modelo contradictorio de un nuevo equilibrio apocalíptico.
¿Y no se decía que el mundo era plano? Aquí tenemos la inminente prueba de su concretización. Por un pensamiento retrógrado, solucionado desde el siglo XV, llegamos a otro concepto, lo de esta llamada nueva globalización, término inventado a mitad del siglo XX, que piensa un mundo de intercambios más veloz. Por lo tanto sabemos que los intercambios económicos y políticos entre poblaciones siempre han existido. Y la obra podría, en este sentido, poner énfasis sobre una tensión general. Desde un punto de vista conceptual, histórico, político y geográfico.
Además, estos colores ácidos reflejan perfectamente la realidad. Es decir, cada mapa realizado por los cálculos del cartógrafo tiene incontestablemente un matiz subjetivo. Una fenomenología propia de lo que podría ser la manufactura de una carta científica, geográfica, no puede reflejar una realidad, porque supuestamente es un reflejo del espejo que conlleva la historia, la experiencia del ser humano que la trabaja.
La fuerza principal de esta obra es su propia paradoja, su delicadeza reside en su brutal apariencia. Quizá nos sirve para entender mejor la significación misma del mundo, la de su subjetividad relativa. Cómo uno percibe las fronteras que le rodean, las geopolíticas y las privadas. El gesto del artista experimenta la transgresión del límite. Es decir, el movimiento que existe entre el límite y lo sin límite. Lo ilimitado transciende y rechaza – por su inexistencia misma – la apertura, la plenitud. Los territorios borrosos de Montiel-Soto nos reconfortan con esta pregunta de Michel Foucault: El límite tiene una existencia verdadera fuera del gesto que gloriosamente le atraviesa y le niega?*
*Michel Foucault, «Préface à la transgression», Critique, no 195-196: Hommage à G. Bataille, août-septembre, 1963.
Elisa Ganivet, 2009